Ya lo decía claramente el propio Jonathan Donahue, luz natural de este proyecto musical parido al inicio de los noventas, frente a los micrófonos inquisidores de quienes tardaron bastante en reconocer en los méritos artísticos de Mercury Rev a aquella banda seminal del Rock crepuscular y busquilla: “Nuestras canciones son muy sencillas de tocar. Las pensamos como si fueran un libro infantil, como El Principito... Hay una simbología, una representación mágica de algo para lo que no puedes encontrar palabras. Por eso somos apasionados creando música, porque representa sensaciones para las que no encontramos palabras”. Entonces es comprensible, al leer las palabras vertidas por el guitarrista estadounidense, que el penúltimo álbum “All is Dream” grabado en las montañosas latitudes de Catskill al noreste de Nueva York a finales del 2000, refleje ese instinto calmo de quién se maravilla con lo simple.
“Cuando eres un niño sólo tienes un mágico y misterioso sentido de que todo está allí para ti. Al romperse eso, emerges como un adulto”, sentencia el músico en la producción que da, en términos generales, la espalda al guitarreo de Noise psicodélico más acérrimo tan característico en sus primeros sonoros trabajos.
Melodías muy sosegadas, dignas del más placentero manjar sensorial para conseguir reencontrarse con aquellos brazos acogedores del sueño etéreo... Llámese, a la vez, evocadoras de los deliciosos compases que, dejando de lado cualquier prejuicio entorpecedor, indican que sí de rockeros se trata también se puede esperar canciones puramente enternecedoras.
Era que no...





