martes, junio 28, 2005

Si Depeche Mode Fuese Un Equipo De Fútbol...

Debo de partir reconociéndolo.
Tantas tardes eternas, deambulando entre aquellos pensamientos idos que se unen sin razón. Sensaciones varias, temáticas circundantes, melodías oportunas. Todo sumado a el impulso inmanejable de entrometerme en disparatadas vertientes musicales, conociendo por conocer. O expresado de una forma cronológica, el natural pasar del tiempo, con sus consecuencias impensadas. Y
ellos, que en términos prácticos han envejecido junto a mi, siguen ocupando un privilegiado espacio íntimo.
Si a principios de los noventas pasaba largas horas escuchando su música con una cómplice
compañera de curso, ahora asimiló con mayor proximidad el catártico sonido de “Song of faith & Devotion”. Aunque el insistente ejercicio, algo masoquista, de introducirme en el álbum más “oscurito”, “Black Celebration” editado en 1986, me sigue pareciendo necesario.
Y entre tanto escuchar los cuestionamientos religiosos, las insistentes culpas culposas, los desamores virginales, las explícitas alusiones socialistas, la etapa del sintetizador adolescente con
Vince Clarke, el exitoso golpe comunicacional del álbum de la rosa roja y los vaivenes de sus últimas dos producciones; la imagen emergió espontáneamente.
En la eventualidad que el actual trío
Depeche Mode, post alejamiento de Alan Wilder, podría representarse en un equipo de fútbol. Si echando mano al etéreo mundillo donde cualquier cosa inviable es posible, se plasmara en conceptos deportivos la artística esencia de ellos, cómo podríamos asimilarla. Quizás, aventuro que debiera de ser...
Martín Gore con sus pasajes de trance delirante, abriendo los brazos hacia los costados y ganando protagonismo frente a el público para interpretar “Question of Lust” o “Somebody”, sería el talentoso número diez. El creador absoluto que realiza la improvisada gambeta, haciendo el quiebre de cadera mágico para dejar a cuanto rival se le cruce por delante. El todo talento que maradonea con la pelotita de la composición visceral. Un real director de orquesta que habilita con las letras, a el rompe redes de Dave Gahan. El que puede meter un pase a distancia e interpretar el instante emocional más confuso, del Frontman caza miradas.
Dave se trasformaría en el verdugo goleador que puede darse el gustito de estar ausente en el trascurso del partido, pero anotar con el puntazo de la elegante presencia. Finiquitando todas las claras habilitaciones creativas de Gore y acomodándose en cada canción, para luego impregnar su festejo con el coqueteo natural. Moviendo sus caderas y riéndose con los hinchas, aleonándolos a pedir más.
Voz lineal y marchosa en las veinteañeras programaciones del berlinés
“Some Great Reward”, llena de introspectivos tonalidades en el elepé con título sarcástico de “Music For The Masses” y sobrecogedoramente desgarrante en la melenuda sesión del subvalorado “Devotion”... Estas características, fundamentales y valoradas en cualquier delantero de la luz cenital, siguen confirmándolo en la perdurable delantera ideal.
Pero cualquier equipo que se aprecie de tal, necesita una seguridad defensiva. El último hombre. Ese que trasmite tranquilidad frente a las adversidades inherentes, estuvo materializado en el silencioso
Alan Wilder.
Efectuando la minuciosa labor en los estudios de grabación, produciendo cada milímetro, obsesionándose en aquel trabajo de hormiguita. Para el actual líder de
Recoil, los tiempos con los tres chicos de Basildon fueron muy fecundos.
Mientras Wilder estuviera presente en ese proceso claustrofóbico que diluía de energías a Gore y Gahan, lo restante estaba garantizado. Cómo que no quiere la cosa, haciéndole el guiño a la sobria forma de “salir jugando sin reventarla” de un solvente Elías Figueroa, Wilder daba las texturas psicodélicas en los loops hipnóticos.
Y de
Andrew Fletcher, ¿Que se puede decir?.
Con su reconocida actitud distante de la mismísima gestación musical, siempre se ha limitado a cumplir la tarea de portavoz de la agrupación frente a la prensa. Además de aunar los ánimos internos, con el frío objetivo de la “productividad”.
Obvio, la vinculación futbolera cae por su propio peso.
Fletcher atajaría bajo los tres palos, al más puro estilo de esos porteros que cumplen, sin llamar la atención. Que no hablan mucho, ni gesticulan demasiado. Menos lanzan penales o firman numerosos autógrafos. Y que parece que la pelota les quema los pies, cuando le dan un pase. De esos arqueros que por sí solos, nunca ganan partidos, ni son determinantes.

jueves, junio 23, 2005

Un Llamado Gratuito A La Cofradía de La “Unión Chica”

"La poesía es la verdadera vida. Verdad que puede ser vivida en la tranquilidad de la aldea o en el bullicio de los bares. En la soledad de los bosques sureños o de los solitarios domingos urbanos, mirando los últimos reflejos del sol en los vidrios'”.

Jorge Teillier (1935-1996) el poeta chileno que siempre se esmeró por decorar oníricamente aquel espacio propio, con semblanzas melancólicas y sureñas, resurgirá en la Plaza del Poeta, este domingo 26 de junio.
Los viajes insistentes a la anhelada infancia, el bucólico sonido del urbanismo detonante y el espíritu que reflotaba por los bares más escondidos en la eterna tertulia capitalina, recibirá un merecido homenaje.
Luna In Caelo una de las bandas nacionales menos vistosas, en cuanto a la difusión descarnada frente a los medios masivos, pero más trascendente en lo artístico, estará presente.
La invitación a la cofradía gustosa, entonces, esta cursada.
A
Teillier hay que recordarlo, revivirlo o reinterpretarlo.
Que nuevamente vuelva en sí, como el rostro visible de la soledad húmeda, en la contaminada tarde de Santiago. Que sus líneas dignas herederas de los iluminadísimos personajes de la
Generación literaria del ‘50, sigan latiendo fuerte.

Más encima y para que la lapidaria excusa económica no prevalezca, la entrada es liberada.

domingo, junio 19, 2005

Suele decir: Experimentación electrónica o Loops insistentes. Debería llamarse, simplemente, por su nombre de pila: Brian Eno


Atraído por lo que dictaminaba la mirada más experimental de su espíritu creativo, Brian Eno ha llevado más de tres décadas, otorgándole diferentes matices al concepto musical de experimentación y evolución intrínseca.
Porque desde que deambuló en aquellos pasillos ingleses de la Escuela de Arte, en donde brotaría las envolventes ganas locas de empaparse con las bases sonoras de
Steve Reich y Terry Riley, Eno entendió que lo suyo sería el pavimentar melodías innovadoras. Y después de la controversial convivencia artística con los llamativos niñitos glamorosos de Roxy Music, el bichito de la andanza solitaria estaba muy al alcance de la mano.
"Here Come The Warm Jets", editado en 1973, se trasformaría en el balbuceo algo popero del primer álbum de aquel Eno individualista. Gracias a temas breves, se anticipa un papel cada vez más protagónico de su eterno partner instrumental, el sintetizador.
Pero no es hasta "No Possyfooting", producción discográfica que también vería la luz en ese mismo prodigioso año, que los elementos electro ambientales se solidifican. Con la participación guitarresca de Robert Fripp, miembro fundacional de
King Crimson, las características repeticiones de hipnóticos loops, interviniendo simples cintas magnéticas, hacen sus embrionarias apariciones.
Sin ser condescendiente con lo que se debiera de hacer, en ese espacio donde la creatividad se fecunda instintivamente y el autor inunda cada pasaje de su testimonio con lo impensable, Eno parió un concepto musical que traería consecuencias. Largas secuencias que creaban vanguardistas elementos espaciales, que posteriormente con la edición de "Music for Films", se confirmarían a rabiar.
Así el trascendental paso iniciático estaba dado. Digno de cualquier maestro de ceremonia, Eno ofrecía el primer brindis por el reciente concepto de
Ambient.

Si ellos han sido influenciados...

Berlín fue el escenario adecuado para que aquel exquisito dúo dinámico, compuesto por Brian Eno y
David Bowie, confluyeran en los últimos latidos de la década de los setentas. De esta forma nacería la trilogía de: “Low”, “Heroes” y “Lodger”. Y de la mano, el coqueteo zigzagueante con la música electrónica, del ecléctico creador de Ziggy Stardust.
Y si la lista de colaboraciones siendo más menos minuciosa, desde la producción en los álbumes de U2 hasta encargarse en la banda sonora de “Dune” dirigida por
David Lynch, sería excesivamente interminable. No por nada las palabras condescendientes a la carrera de Eno de sus propios pares, sin perjuicio de reconocer más de alguna caída lógica, son decidoras...

“Aunque nuestra música no tenga muchas referencias, he crecido escuchando los discos de Brian Eno, de los setentas. El tema “Blanc Frank”, me sigue inquietando por las atmósferas que irradia”, palabras de Stuart Murdoch, guitarrista y vocalista de
Belle and Sebastian.

“Todo el aporte que hizo a la electrónica y su nivel de tecnicismo a la hora de producir, confirma que siempre dice algo importante”, puntualiza el ex Depeche Mode y actual
Recoil, Alan Wilder.

“Eno es Eno, por el sentimiento que ha generado en la música”, declara Robert Del Naja, integrante de
Massive Attack.

martes, junio 14, 2005

El Todo o Nada


Momento tormentoso, relajado, eterno, accidentado, colectivo, fugaz, ahogante, tranquilizante...
Cuantos adjetivos innumerables se podrían lanzar para que hipotéticamente, proyectando la acción de imaginar escenarios posibles, aventuremos sobre nuestra muerte.
Sí, sobre como será aquel instante del fundido a negro final. De ese que diariamente pasa desapercibido para muchos, sin conciencia del riesgo.
Me imagino que en el sueño lúcido plenamente placentero, cuándo las largas horas noctámbulas nos acompañan o las hojas de los libros manoseado ya parecen muy subrayadas, no faltará la alma protagónica que querrá manejar dicha situación. De intentar o literalmente morir en el intento, al titeretiar el escenario frente a la muerte.
En otras palabras y como en aquella iluminadísima obra cinematográfica de Ingmar Bergman, “El séptimo vicio”, sentarse a jugar ajedrez con la susodicha que viene a buscarte.
No hace falta ser un caballero combativo al regresar de Las Cruzadas del Siglo XIV. Tampoco que el espíritu se intimide por una enfermedad, que en ese tiempo era mortal. Quizás ya no es necesaria la peste. En este avasallador paradigma del “dinero come esencia”, los tormentos decidores se decodifican numéricamente.
Pero, la pregunta queda lanzada.

Si la instancia fuese viable y el jueguito del “Face to face”, moviendo cada peón único, se efectuará. ¿Que harías frente a la muerte?. ¿Cómo actuarías?.¿Los nervios temblorosos serían excesivos o pese a eso, tratarías de estrujar a ese competidor omnipotente para obtener información preciada?. ¿Tendrías una actitud desafiante y te apoderarías del papel de un inquisitivo cabrón, mirando codiciosamente cada movimiento que gesticule al mover levemente sus labios al hablar?. ¿O tu rol sería de la maldita desafiante, aquella que cruza con sutileza las piernas y tienta, cómo que no quiere la cosa?. ¿Qué hay más allá o donde se van nuestras almas, podrían encabezar un listado antojadizo de interrogantes que nazca entre cada movimiento de las piezas del tablero?.

domingo, junio 12, 2005

Los éxitos inducidos, pocas veces apetecidos. Léase, también como las recomendaciones que nadie pidió, ni tampoco considerarán muy en serio


-La reinterpretación personalísima del rockero ensimismado: Para quienes crecimos escuchando a principios de los noventas el concepto mediático de la desenfrenada escena “indie”, de donde se nutre una de las puntualizaciones más ilustrativas del incendiario discurso antiglobalizante de Naomi Klein, la última realización del director Gus Van Sant no pasará desapercibida. “Last Days” narra en forma muy intimista y libre los postremos días de Kurt Cobain, pese a que en la cinta, no se visualiza claramente la figura del líder de Nirvana. Seguir aventurando más comentarios en sí, sería un ejercicio onírico, ya que la producción no llega aún a Chile. Y para variar, la fecha de su estreno se ve bastante lejana.
En fin. Quizás una buena razón para poner a San Expedito patas pa’ arriba. Más información en
http://www.mk2.com/last_days/

-El librito pegote que, en una de esas, se justifica por sus dos lucas: Por esos préstamos impensados, que en este caso sí tendrá devolución, Thomas William Simpson ha llegada a alojarse entre mis dedos con “El editor”. Aunque en más de 390 páginas, las insinuaciones de “apretar las circunstancias narrativas” y que el relato bastante lineal sufra aquel quiebre necesario, todo se termina volviendo monótono. También el evidente trascurso que desemboca el relato, donde el protagonista detalla los giros impensados sufridos al sobrevivir a los trágicos asesinatos de su mujer e hijo, finaliza por desencantar. Una historia muy al pasar, pretenciosamente auto denominada como “Thriller psicológico”, que parece ser un bosquejo inconcluso. Gentileza de
http://musarara.blogspot.com/

-El disco oscurito, guardado en el lado menos manoseado del ilustre estante, recetado per secula seculorum: Para quienes quedamos encandilados con la ópera prima del prolífero músico Matt Howden, el inolvidable "Forbid the sun's escape", tenemos por obligación de chequear su cuarto álbum: "Sex and wildflowers".
Nuevamente bajo el nombre de Sieben, este músico inglés refresca las deidades de un Dark Folk más visceral y naturalista.
Inducido por el protagónico sonido del violín, el eterno camarada de Tony Wakerford en Sol Invictus forja inestables contrastes entre recovecos claustrofóbicos o pasajes demasiados plenos.
Enfatizando en temáticas etnobotánicas, se pretende descifrar un sentido de mayor preeminencia al entorno silvestre. Por lo mismo, muchos pensarán que varias de las propuestas ideológicas emitidas por Howden caen en lo etéreo o idealista. Quizás pueda que lo sea. Lo seguro es que dicho interprete desee lanzar a la contingencia aquel planteamiento, tan menoscabado en nuestro avasallador paradigma occidental.
Para descubrir estas melodías diferentes o revivirlas, visita:
http://www.matthowden.com/

miércoles, junio 01, 2005

En Ese Otoño Que Volvía En Sí


Al parecer, Gustavo ya traía en sus genes ese espíritu creativo, un tanto impositivo de querer materializar cambios melódicos. Ese motor accidental de agarrar la guitarra y, cuál combatiente postura del rockero proactivo, lanzarse a la vida. Sin anestesia, ni considerar voces que dictaminen: “Quizás, no sirves para aquello”.
Gustavo es uno de los genuinos representantes de la venidera generación del proponer, más que oponer. Aquellos que sobre la marcha arreglan la carga y que consideran a la abúlica acción de su eventual público, como un ritual terapéutico.
Y en sus extensos dos años de vida sensorial, ya había almacenado algo de background musical, que pretenciosamente le autodeterminaban un camino a seguir.
Todos iconos sueltos de la cultura pop, muy antojadizos y breves. Todos que andan dando vuelta, al ritmo de las personitas más empinadas físicamente.
Entre tantos tracks de cuna hipnótica, cuentos de principitos celestiales, sumadas a las sinfonías tranquilizadoras de Beethoven o cancioncitas juguetonas de “31 minutos”, la decisión estaba tomada.
Sin dudar, publicó en un especializado Web Site de cultura independiente, el anuncio destinado a conseguir músicos.
Quería sentirse importante, por algunos minutitos y armar su propia banda. Quería probar. Intentarlo.
Porque entre hacerlo y no hacerlo...

Una tranquilizadora tarde otoñal de domingo, sufrió inesperados giros, cuando algunos personajes desfilaron en su esquemático living, pidiendo ser escuchados.
Mientras Gustavo intentaba sacar numerosos acordes en su compinche charango, llegó golpeando decididamente la puerta, un demonio compulsivo muy singular.
Era Taz, un enfático y directo animal, quién con soltura inesperada ingresó raudamente al lugar. Aquel demonio inclasificable, algo pequeño y enmarcando su mirada en risueñas cejas, vestía una desteñida polera de Los Ramones. También traía puestos unos desgastados pantalones cortos. Y como siguiendo un camino llamativo, emergía hacia el bolsillo derecho, la distintiva cadena metálica.
Aquella decisiva resolución en el actuar, volcaba un interés impensado, en saber el porqué de la repentina visita.
Al ingresar al living, sin dudas entorpecedoras, giró irracionalmente hacia varios lados. Y amparándose en la epiléptica acción del eterno giro trompístico diciochero, se detuvo frente a Gustavo. Luego, con respirar entrecortado y ojos enormes, sólo atinó a interrogar, en forma jadeante:
-Pelao. ¿Adónde teni las guitarras?.
Gustavo algo carente del gesticular lógico, no atinó a decir nada. Y antes que pudiese acomodarse en su cálido asiento, Taz tomó el charango y comenzó a arrancarle violentamente rápidos riffs, incomprensibles para los oídos del pequeño anfitrión.
-Tengo una letra sobre la legalización de la marihuana- gritaba el descomunal Taz, al empuñar esa verdadera diatriba social que pretendía fecundar.
Se notaba con rabia forzosa. Con ganas de emerger del asiento grupal y decir, “¡Aquí vengo yo!”.
-Pelao, ¿Hay escuchado a Dead Kennedys, Crass, Vulpess o Flema?. ¿Hay leído a Henry Rollins?- interpelaba con ímpetu el precipitado Taz, quién desencajaba más a Gustavo, que a esas alturas sólo estaba muy preocupado por los predecibles daños que sufriría su adorado charango.
Entre tantos irritantes estruendos o gritos veloces que este demonio contestatario desarraigaba conjuntamente del indefenso instrumento, Gustavo llamó la atención de Taz, moviendo sus manos hacia los costados. Haciendo un gesto sedante.
-Sabes, me pillaste de sorpresa. Mejor yo te llamo y nos ponemos de acuerdo para juntarnos la próxima semana- atinó a proponer, en forma evasiva.
Taz lo miro de reojo, lanzó con soberbia el charango hacia un lado y con la misma rudeza inicial, comenzó a dar convulsionados remolinos.
Vueltas y vueltas, dale que dale. Molestia evidente que seguía brotando en Taz, esta vez por el recibimiento abúlico del frío niñito.
Así, sin más que más, enfiló la retirada por la entreabierta puerta.
A lo lejos, Gustavo creyó escuchar algunos insultos que seguramente eran destinados a él. Pero, que tanto.
Ese furioso ser, indomable de estratosfera, ya se había retirado de casa.

“Hogar dulce hogar”, parecía retumbar inconscientemente en la cabeza de Gustavo, después de una experiencia tan imprevista. Pero antes que atinara a recordar cuál era el acorde preciso en el charango, nuevamente la puerta fue golpeada.
Esta vez, un delgadísimo perro vestido con una polera amarilla, pelo rigurosamente desflecado, lentes de sol, pequeños audífonos en cada oreja y actitud displicente, parecía ser la segunda visita insospechada, de aquella tarde.
-Compadre, con sólo verme ya te darás cuenta a lo que vengo- lanzó matizando con la sonrisa forzada del engreído auto referente, el perro colorido, quien en su mano izquierda traía una lata de bebida energizante.
-Perdón, Compadre, pero no te entiendo. ¿Dónde está el Notebook, el Samplers, los sintetizadores?, ¿Con que Software trabajas?- preguntaba el inquietante perro, mirando con indiscreción irrespetuosa, cada rincón del ordenado living.
Al pasar el altanero bla bla protagónico, el perro vestido de amarillo le contó que también se presentaba como Dj Minimal Dog, los fin de semanas.
-Tú sabes, sólo para pinchar vinilos en eventos producidos por amigos- se vanagloriaba, sin cansarse. También empezó a decir que Quivver es de lo mejor, que fue decepcionante lo último de New Order y encontraba un poco snob el “programita” de la Amenabar en Concierto.
Cuando comenzó a comentar que si no fuese por la mediatizada estrategia de marketing Marciano no existiría, Gustavo recordó la salvadora excusa, antes ensayada.
-¿No te parece mejor que yo te llame y así instalo acá el PC de mi habitación, para que concretemos algo?.
En esta ocasión, el perro sintetizado no parecía muy entusiasmado con la idea. Y seguía mareando verbalmente, asegurando a la pasada.
-Tenemos que diseñar urgente un Web Site. Me late que podríamos armar escena con Bitman & Robin. ¿Qué te parecen ellos?.
Finalmente, Gustavo entre disimulados forcejeo “invitó” a Dj Minimal Dog para abandonar su casa.
Hondo respiro. Tranquilizador.
Eterno, dio al ver que ese perro acantinflado se había ido de su casa.
Ahora sí que sí, se pregonaba internamente Gustavo. Hasta que...
Por un momento pensó en no abrir. Podría ser el punk maloliente de Taz, quien volviera molesto con su indeseable patota de remolinos ilógicos. 0 que el insistente perro electrónico, quisiera dejar minuciosamente anotado su mail, aventurando cualquier contacto.
Pero, en fin. ¿Qué más desquiciante se podría esperar, en una fría tarde otoñal?...

Un conejo de avanzada edad, mediana estatura, pequeños lentes ópticos, elegante sombrero negro de copa y envuelto en un estilizado abrigo del mismo color, aparecía detrás del umbral de la puerta. El insoportable humo que emanaba de la pipa que fumaba, parecía englobarlo más en aquella aura misteriosa y seductora.
-Buenas tardes, hijo. Creo que alguno de tus padres publicó un anuncio para audicionar músicos- dijo con profunda voz, el peculiar visitante.
-El anuncio lo puse yo- rebatió titubeantemente, el deslumbrado Gustavo.
-Perdón. ¿Tú?. ¿Tú?. ¿Tú pretendes formar una banda musical?. ¿Tú?- insistió con un tono burlesco, el veterano conejo del abrigo refinado y pipa llamativa.
-Por lo menos, déjame pasar. No te imaginas lo cansado que estoy, porque ha esta edad cualquier esfuerzo físico se siente el doble. Además que no me fue fácil encontrar la dirección- prosiguió quejándose.
-Sabes, desde que estaba acá el estadio de la Católica, no andaba tanto por Independencia. Bueno, seguro que ni sabes de esos tiempos que vinieron después, en donde uno iba con la familia a ver los clásicos y no existía riesgo de nada. Si perece que fuera ayer, cuando veía los tremendos pases que daba el “Cua Cua” Hormazábal. Claro que, en esos años, todos aplaudíamos si el rival lo merecía y se disfrutaba de verdad el fútbol.
Quizás conmovido por aquellas nostálgicas palabras, Gustavo atinó a invitarlo a sentarse en el sofá principal del living. El experimentado invitado sorpresa, con elegancia de felinos pasos inaudibles, se desprendió de su abrigo y empezó a mirar hacia las murallas.
-Pero. ¿Dónde quieres que deje mi abrigo?. Porque con tantas historia que tiene en el cuerpo, no pretenderás que lo ponga en cualquier mugroso asiento- se volvía a quejar, con vigor irritante.
Gustavo sin murmurar sonido alguno, tomó el abrigo, con un respeto fulminante. Cómo si dicho pedazo de pesada tela perteneciera a aquel iluminado chamal espiritual y él fuera un servicial súbdito anónimo, lo cogió cuidadosamente, para llevarlo a su sofá favorito. A un costado del charango, parecía verse omnipotente, pensó por algunos segundos fugaces.
Cuando miró nuevamente con más detención, pudo observar que el conejo nacido de la nada circunstancial, vestía una jardinera de tela azul oscuro. Debajo y en forma muy ordenada, una camisa negra, que nunca pudo descifrar de que material era. Y lo que más cautivo la mirada de Gustavo, en los primeros minutos de ese monólogo del sempiterno recuerdo, fue la gris corbata señorial del carismático conejo.
En un momento de sus pronunciadas palabras, el visitante de actuar cautivante, mencionó que se llamaba Topin.
¿Topin?. ¿Topin?.¿Así que Topin?. ¿Topin?, Le retumbaba risueñamente en la mente de Gustavo.
¿Cómo alguien, con esa envergadura física, aquellos pasos distinguidos y palabras tan atrayentes, podría llamarse así?. ¿Quizás sus padres le habían jugado una broma de humor negro al nacer o podría ser un extraño apellido de conejos nórdicos?.
Por largos pasajes, Gustavo estuvo tentado en interrumpirle y preguntarle sobre ese irrisorio nombre que decía tener. Pero, ¿Sería conveniente el detenerse en un detalle que podía sonar tan superficial?. O planteado de otra forma, ¿Un experimentado conejo, que trasmitía por sus poros sabiduría alucinadora, sería tan trivial para comprender la simple pregunta preguntona?.
Gustavo prefirió callar y seguir absolviendo muchas historias lejanas e incomprensibles.
Aquellos eran minutos preciosos. Y se debían de aprovechar al máximo.
-Soy multiinstrumentista. Desde pequeño, mi padre estaba obsesionado con que conociera la música docta y me incentivo todo lo artístico. Después estudiar en el conservatorio, fue el paso lógico- relataba como si estuviese leyendo un formal discurso, el conejo acaparador de miradas.
-Con el tiempo, empecé a rehuir toda esa metodología. No quería más, nada de nada. Pero, todavía recuerdo que quedé con mis largas orejotas peinadas hacia atrás cuando escuché por primera vez a Albert King y Chuck Berry.
-¿Sabes?- acotó Topin, quién observó por primera vez los obedientes ojitos celestiales del unipersonal oyente del instante, -esos sonidos tan desquiciantes eran nuevos para mí- terminó de agregar, involucrándose más sensitivamente en el relato.
-Y lo que siguió, fue el enamoramiento con una guitarra Stratocaster, que se trasformó en la única compañía de largas tardes. Creo que me sentía tan orgulloso de ella, como si hubiese conquistado a la niña más bonita del barrio. Aquella que todos desean, pero que nadie parece estar a su altura- comparaba dibujando una sonrisa coquetona, el mágico conejo de orejas asaltantes.
El mágico conejo. Tan lúcido en palabras, tan cansado en su actuar físico. Tan presente y tocable. Tan atrayente, pero inalcanzable para un pequeñito ser que descubría todo. Que quería empezar a colorear su mundo, con melodías propias. Que ya sentía la necesidad temprana, de ir más allá de lo habitual. Que quería acaparar lo atrayente, acercarse a las estrellas destellantes y dibujarlas en primera personita personal.
En forma tímida, con múltiples errores. Borrando mucho y gastando sus lápices siempre. Total, Gustavo sabía que los lápices de colores estaban para eso. Para gastarse. Para que más podrían estar.

Pero: ¿Cómo un conejo lleno de historias pegajosas, actuar vanaglorioso y abrigo ilustre, podría interactuar con él?. ¿Qué sensitivamente artístico debería de retribuirle, alguien tan menor, a un personaje arrancado del mundo etéreo más esquisto, antes visto?. ¿Alguien que se hacía llamar de esa forma chistosa y que, a la vez, proyectaba tanto por conceder, se detendría en la compañía de Gustavo?.
Entre tantas preguntas insistentes, preguntas inconducentes, que parecían alinearse como un ordenado batallón militar, en el rinconcito más inquisitivo de la mente del pequeño anfitrión, Topin seguía hablando con soltura.
Para ser más exacto, parecía que la natural cátedra de sus deslumbrantes historias seguía en el orgásmico apogeo. Y su pipa, ardía quemando años que pasaban con querer. Nostalgia, sumada a más onírica nostalgia.
-Ni te imaginas lo deslumbrante que era esta ciudad, cuando existían esas ganas sinceras de crear. Cuando bastaba con andar por el forestal y sentir que las palabras eran protagonistas, en una simple hoja en blanco. O cuando en el ambiente, se respiraba el respeto por el diálogo. Y las controversias tenían espacio en la tertulia nocturna. Bueno, tampoco digo que todo tiempo pasado fue mejor. Pero, uno se pone viejo y es más fácil hablar para atrás. Antes, cuando yo escuchaba a los grandes, me aburría de escuchar y escuchar de otros tiempos, en la mesa del pellejo- describía el conejo ilusionista de imágenes previas. De imágenes añosas. Imágenes que llamaban, sin sentido lógico ni argumentos sólidos, la atención del curioso Gustavo.
-¿Sabes?- pronunció drásticamente el conejo.
-A estas alturas, no estoy muy seguro de querer formar o ser parte, de un grupo musical. Y lo digo, porque con muchos menos años que ahora lo he intentado. Pero, mis mañas son muchas. Demasiadas. Y creo que una persona joven, debe de estar con sus pares. No sé si me entiendes- acotó con decisión febril, Topin.
Así, sin decir allá voy, ni agua va, el conejo de las mil y una historias se levantó de su asiento, agarró su abrigo confortable y se fue dando largos saltitos. Como un atlético conejo, sus piernas parecían seguir la huella recurrente, del camino antes descubierto por los otros dos anteriores visitantes.
Entre la desesperación imprevista, el querer encontrar las palabras persuasivas o los intentos de retenerlo, pronunciando un motivo categórico; torpemente Gustavo vio como se iba.
Le dieron ganas de lanzarle un grito. De llamarlo. Y decirle que era él, quizás sin saberlo ni tenerlo claro, a quién había buscado. Qué en realidad, era mucho más de lo que quería encontrar. Qué en él veía sabiduría etérea, inclasificable o comprimida. Demasiada. Mucha. Tanto así, que en el primer golpe casual del encuentro fortuito, lo había dejado sin habla.
Eso era.
Tal personaje, brotado de la nada deslumbrante, había lanzado pequeñitas semillas de creación luminosas. En su living, desprovisto de aquellas sensaciones nuevas. En su living vulnerable, tembloroso y virgen.
En ese lugar tan diario, el ritual momento del tatuador de nociones plenas, había danzado. Había danzado un conejo quejoso, que a los son de la partitura más peculiar, le había alumbrado ese camino fascinante.
Si parado afuera de su puerta, Gustavo todavía recordaba como articulaba las palabras el extrañísimo Topin. Cómo sus piernas vigorosas tomaron el camino final, para guiarlo hacia el rumbo indescifrable.
Gustavo tenía la sensación adversa que no lo volvería ver.
Y por lo mismo, no sabía si alegrarse por toparse con tan digno personaje trascendente. De tener la posibilidad, en algunas buenas décadas más, de contarle con detención a sus hijos sobre dicho acontecimiento irreal. O de lamentarse por su torpeza culposa, porque no sabía cómo ubicarlo.
Ya nada sería como antes. Ya nada tenía el mismo sentido.
El chapuzón de agua del conejo inimaginable, le había congelado el sentido primario.


Cuando se volvió a sentar en el acogedor asiento predilecto del living, tomó su charango de siempre.
Lo miraba y lo miraba. Porque sin darse cuenta, el charango amigote había sido el único testigo silencioso del encontronazo grandilocuente.
Lo miraba y le volvía a mirar, como si fuese la primera vez que lo tuviese en su poder.
De repente, tan casual como la brisa repentina que visita el rostro en otoño, Gustavo se temió preguntándose, aquella frase surrealista, sin sentido direccional:
-¿Esto será real o lo habré soñado todo?.