martes, mayo 23, 2006


Rajna: El étnico grito desde el “Techo del mundo”

El rescatar las esenciales características de una cultura o civilización, ha sido el objetivo preponderante de algunos curiosos músicos. Más interesante resulta aquello, cuando estos elementos nos hacen entender un sin número de códigos tan lejanos para nuestros sentidos.

Sin duda, Lisa Gerrard y Brendan Perry encaminaron sus originales pasos para retrotraernos a un mundo cautivante. Desde su primera placa homónima de 1984, la perdurable fusión del Folk Europeo y las íntimas atmósferas ancestrales, afianzaron un estilo propio y tremendamente influyente. Aunque después de la separación de Dead Can Dance, muchos “viudos” inconformes quedaron degustando otros brebajes similares esperando la venidera resurrección del aplaudido dúo australiano.
Si bien “Inmortal Memory”, uno de los súltimo arranques personales de nuestra introspectiva musa de la mano del clásico músico Patrick Cassidy, nos entrega un subjetivo “calmante” sonoro; nunca basta para “saciar” las ansias de más Dead Can Dance.

No obstante, los franceses de Rajna quienes editaron su primera producción “Ishati” por el sello Prikosnovénie y en actualidad lo efectúan bajo el catálogo de Holy Records, se empapan con muchas de las tradicionales melodías de aquella sutil “muerte que vuelve a bailar” patentó en la segunda mitad de los 80’s.
Esto no significa que ese alto grado de referencia detone el simple y vulgar “calco estilístico”. Porque más allá de cualquier aceptable guiño, la pareja creativa conformada por Jeanne Lefebure y Fabrice han revitalizado un sonido tan persuasivamente provocador. Instrumentos que pueden ser muy distantes para nuestro oído occidental, como es el Yang T’Chin o registrar su tercer disco en el Monasterio de Kyi Chú, personifican la latente preocupación por abordar temáticas tibetanas. Esos básicos principios de alcanzar “la verdadera pureza humana”, en la cuna espiritual del Lamaísmo, han sido históricamente restringida por el opresor gobierno chino. Además las controvertidas imágenes esotéricas, las cuales testifican el origen de chamanismo, evidencian la esencia del sectario budismo reinante en la aislada región.

Y gracias a esa mística reaccionaria, estos artistas galos ya han publicado cincos interesantes álbumes. “Hidden temple” su última entrega, en cuya edición limitada puedes apreciar la selección de demos y versiones extraoficiales de los antiguos temas, se encarga de extrapolarnos a un viaje celestial con la utilización de una treintena de instrumentos orientales. Sin mayor consigna que adentrarnos en quejumbrosos cánticos rituales, los cuales nos llevan a contagiarnos con una tranquilizadora aura étnica.

Toda esta experiencia es altamente recomendable para quienes, sin afán de elitismos mal entendido, piensan que en simples compases se puede conocer conductas y comunidades educativamente enriquecedoras.

lunes, mayo 15, 2006

Poemario Cero

Pese a que no es santo de mi devoción literaria, últimamente he estado reflexionando sobre algunos planteamientos expresados en “Algo sobre el arte de la poesía” de Miguel Arteche.
En dicho texto, desde aquel lugar del actor principal, el escritor chileno lanza sus variadas interpretaciones a las circunstancias vivenciales y el cómo influyeron en que muchos escritores se introdujeran por los reconfortantes caminos poéticos.
Y releyendo aquellos fragmentos, en donde expone las similitudes bien racionalizadas gracias a un paralelismo de dicha vertiente artística con el descubrir ingenuo del niño frente al mundo, la pregunta fisgona nació espontánea.


Porque para ser sincero,
ya ni me acuerdo en que presuntuosa divagación o sincronismo mágico apareció mi alienante gustillo por la poesía.
La data exacta de este acercamiento que se ha vuelto tan vital, no se remonta a los años escolares, donde las imposiciones de textos clásicos me malhumoraron más de una vez. Menos en una Escuela de Periodismo tan poco atinada al incentivo del descubrimiento de esta visceral prosa. Claro es que en la despistada mirada preliminar tuvo bastante que ver mi compulsiva y creciente melomanía.
Aunque para ser bien riguroso, no sería capaz de precisar bajo que cotidianas situaciones las “esculpidas” líneas del recientemente fallecido Ian Hamilton Finlay o la críptica camada de lírica, en Francia, de finales del siglo XIX fueron el caldo de cautivo para hurguetear por más.
Creo, me encantaría deducirlo así, que el impulso por proyectar aquel pleno mundo imaginativo siempre ha terminado por ser una motivadora válvula de acción. Una instancia de refugio emocional que puede ser colindante hacia lo racional, aunque en esa encrucijada no pierda sentido, ni sea abúlica porque sí.

“Los primeros poemas que conocí fueron canciones infantiles, y antes de poder leerlas, me había enamorado de sus palabras, sólo de sus palabras.”, confiesa Dylan Thomas, en su ya clásico testimonio llamado “Manifiesto Poético”.
“Lo que las palabras representan, simbolizan o querían decir tenía una importancia secundaria; lo que importa era su sonido cuando las oía por primera vez en los labios de la remota e incomprensible gente grande que, por alguna razón, vivía en mi mundo. Y para mí, esas palabras eran como pueden ser para un sordo de nacimiento que ha recuperado milagrosamente el oído, los tañidos de las campanas, los sonidos de instrumentos musicales, los rumores del viento, mar y la lluvia, el ruido de los carros, los golpes de los cascos sobre el empedrado, el jugueteo de las ramas contra una ventana.... No me importaba lo que decían las palabras, me importaba los colores que ellas arrojaban a mis ojos”, lanza tan vivo en su severa voz, el célebre literato inglés.

Seguramente que algunas de estas afirmaciones en términos fríos y concretos son miradas, por muchos, con distancia e indiferencia. En especial cuando el avasallador modelo neo brutalista de los cantos del “aparentar ser”, impone que la actitud del regocijo verbal tiende a irse por el riel alternativo y transitar en las buenas intenciones, de quienes sí las valoramos.
Pero, que va. Ya lo decía Jorge Teillier quien sí entendía de imágenes escritas muy bien iluminadas, además de húmedos vagones de trenes: "La poesía es la verdadera vida. Y esta puede ser vivida en la tranquilidad de la aldea o en el bullicio de los bares. En la soledad de los bosques sureños o de los solitarios domingos urbanos, mirando los últimos reflejos del sol, en cualquier vidrio común'”.

martes, mayo 02, 2006

Cathy con C

Ha pasado el tiempo, desde que aquella vocalista tímida se soltara frente al público que demandaba al extremo nuevas agrupaciones nacionales. Porque ya el ajetreo publicitario de la mitad de los noventas, donde no faltó el sello discográfico con numerosas ofertas, es un recuerdo lejano que evidencian el no dejar todo solamente en manos externas. En especial cuando gran parte de ese “todo”, es tan crucial en el complejo proceso creativo.
Corría 1995 y Malcorazón solía ser una de las agrupaciones chilenas que, con su debut discográfico llamado “San Bernardo”, escribiría una hoja determinante en el erosionado circuito rockero criollo.
Fuese finalmente así o no, cómo cualquier senda evolutiva los venideros pasos que vinieron fueron influenciados por esos años.
Después la excusa melódica más electrónica se conocería bajo el malogrado concepto de Rever, del cuál nunca hubo mayores resultados.


Pero, el ahora es mucho más auspicioso.

Nuestra Cathy con C, que tanto simbolizaba con su característico negro visual parte sustancial de las temáticas angustiante de sus antiguos proyectos artísticos, rompe el cascarón de lo grupal.
“La última oportunidad” es el primer single de Cathy Lean, en sus andanzas en solitario.
Ya no habrá que responder las recurrentes preguntas de la selecta casta de “incisivos periodistas-melómanos”, en frecuencia colectiva. Ni jerarquizar lo conveniente para cuatros integrantes.
En su tono de primerísima personal vivencial, ella comparte sus nuevas melodías en estas coordenadas virtuales.

http://www.cathylean.podomatic.com

Baja el tema, atesóralo, escúchalo en la noche de vuelta de un demencial día.
Habrá que relajarse, dejarse llevar, fluir y visualizar, entre lo más explícito del mensaje final, los ojos siempre iluminados de sensibilidad sensata que proyecta Cathy.
Por lo menos es eso, desde la humilde estrofa del pegote seguidor, que me queda claramente.

Y que conste que ni siquiera he tenido el placer de intercambiar un insignificante “hola” con ella.