martes, marzo 15, 2005

La Culpa Que Mata


Ahora, como exorcizando cualquiera de tus actos macabros, intentas dar ese paso socialmente aceptable.
Ahora, que has dañado a todos los que han estado a tu paso y que tienes las manos ensangrentadas, pretendes explicar lo inexplicable.
Ahora, cuando ese pequeño principito te mira con la interrogativa esencia de su ser herido, ocultas todo en ese palacio de mentiras.

¿No te das cuenta que tú evolutiva capacidad de entregar dolor, ya no me sorprende?

Así de categórico.

Ahora, cuando en las noches recuerdo las caricias de él y sus simples caritas de circunstancia, se me devuelve el latir al cuerpo.

En esas largas jornadas, plagadas de cinismo para perpetrar tu traición asquerosa, nosotros nos acercábamos más.
Él mirándome e intentando decirme, calma.
Deberás de vivirte el dolor.
Calma.
Todo será para mejor.
Una persona así, debe de emprender su alicaído vuelo putrefacto.
Una persona así, que no valora el concepto genuino de la familia, no puede integrar una.
Lógica pura: No la comprende.

Entre los horarios que había que cumplir, ese departamento imaginario muy real y tú “dignidad femenina” que valía una camioneta con vidrios polarizados, esta el otro mundo.

Este en el cuál, tú tuviste la oportunidad de ingresar. Pero, que claro es demasiado volátil para comprarlo con una tarjeta bancaria copada.
Este, en donde un agotado aliento de aparentar lo que no eres ni serás nunca, estaba ahogando otras auras demasiadas cristalinas.

Nunca leíste con atención, lo que denotaban tantas de las líneas que siempre estuvieron para ti, porque tus carencias infantiles siguen rastreras.
Y yo, que constantemente te abrí mis manos, finalmente coseché injurias lanzadas al voleo.

No te imaginas lo grato que es el despertar de ese sueño tan deprimente.
Que ya no me ahoga.
Pasa sin tener la preponderancia de antes.

Y que mi mundo sigue tan vigente como nunca.
Dispuesto para él. Y cimentándose en aquellas melodías escondidas, libros que revelan, momentos de diálogos sin palabras. En otras palabras, compuesto por autores que dedicaron parte de sus días a obsesionarse con lo suyo.
Un mundo sostenido en la única herencia que me interesa: los valores que nos anteceden.

La próxima vez que me veas, no es necesario que agaches la mirada.




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