domingo, febrero 03, 2008

Locuacidad

Se viene la tarde, baja la temperatura, baja mucho de lo que debiera de subir, bajan las vibraciones. Y ese ítem que llega a ser angustiante, en paralelo a aquello hecho, sumado a las obligaciones diarias por efectuar, felizmente ya no puede llevarme consigo.
Soy de vaivenes extraños, de tomar un poemario y arremeter sin más por las partes menos impensadas o de releer una y mil veces porque el cine Pedro de Valdivia cerró sus puertas y tomará otra rentable estampa.
Es que se me pasa un rato largo pensando en la convulsionada erosión de céntricos departamentos, también en las múltiples sin razones aparentes que poseen algunos estereotipos de personalidad al actuar con ese deseo obsecado o en los secretos mejor guardados que cobija cada familia.
Es más: desde que descubrí unas cuantas cosas de la propia dejé de lado ese infantil ejercicio al asociar que la mía era inmaculada, porque de eso nada y poco había, certeramente.
Yo me anoto por quienes caminan sin sentidos en parques los días domingos, escuchan en vez de arremeter con grandilocuentes reflexiones venidas al género o se buscan en descaro, gracias a la mirada de algunos.
Puedo eso sí, confesar que he tenido pocos y milimétricos amigos, muchos de los cuales se han ido en esa desidia propia del ingrato e inmaduro personaje que suelta antes de abrazar. Qué de ellos guardo verdaderos e intangibles colchones de locuacidad sobre unas cuantas cosillas que me enseñaron, al pasar, sin tapujos y haciéndome ver errores mayúsculos que se me hacían un mal hábito.
Ya se entiende: Nunca es tarde para replantear.

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