domingo, marzo 23, 2008

Solos

Recién por MSN alguien me dice, después de intercambiar algunas profusas líneas, que se siente solo. Eso a título de nada o mucho, según como se le mire.
En la tarde releí una de las siempre bien estructuradas columnas del periodista Francisco Mouat, quién describe el cómo se encontró en un concurrido supermercado con un viejo amigo el cual sólo le abrazó, contándole entre sollozos que acababa de morir su padre.
Y después de mucho masticar ciertas ideas con otras duales emociones, concluí casi por intuición que partes de las “desconexiones” experimentadas en las parejas, van de la mano a ese miedo inerte y casi lógico de que algún día todo acabe. Qué la uniforme sensación de soledad nos inunde y se apodere de nosotros aplastándonos, nuevamente, por largos momentos.
Ahora mismo, mientras redacto este confuso párrafo escucho parte de la letra que entona el músico nacional Andrés Valdivia en su tema “Vulgar” y coloco la oreja pegote cuando dice extensamente: “Y es tan vulgar, ser joven y estar muerto”.

Por lo mismo, no sé si todos estas sumatorias de encrucijadas situaciones pedestres- con tintes sincrónicos- aparecen porque deben de estar. O ese espíritu insensatamente nihilista todavía sigue ocupando un papel protagónico en mí inconsciente, reflotando in situ, estas ambiguas sensaciones.
Como de buscar modos de contentamientos prácticos y a la mano se trata, cuando las tormentosas adversidades vienen a uno, he proyectado que las cosas se palpan por algo y se deben de asumir, que los dolores están para doler.
Es más, queriendo definir un ideario más pragmático me he refugiado en el primer aliento del poemario “Diario de Muerte” del escritor chileno Enrique Lihn para reflexionar que: “Nada tiene que ver el dolor con el dolor, nada tiene que ver la desesperación con la desesperación. Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadasNo hay nombres en la zona muda”.

Claro, muchas veces parece que el ánimo más fanfarrón es digno depositario de frases así de grandilocuentes y que, de caer y levantarse a nuestro ritmo, se trata el viejo chiste de la vida misma.
Todos necesitamos estar sólo, ser parte circunspecto de nuestro silencio y así, sin cuestiones emocionales muy “pirotécnicas”, escucharnos. Eso en la justa medida, sin quedar permanentemente en el estado sigiloso y lineal, que es la antesala a fragmentos menos sanadores, volviéndonos obcecados hasta la majadería culposa...
De aquello, hasta un tragicómico historial pormenorizado podría lanzar. Pero, este soporte no lo soporta.
En fin, Eso sería, que más da.

Porque ahora, sí por el instante, ya no quiero seguir escribiendo. Es tarde y se hace el minuto de pararme de acá y caminar. Un rato… sí, caminar para seguir reflotando ideas que me lleven a estar bien conmigo mismo.
Conmigo, los otros, con el entorno y la bien llevaba amiga llamada soledad, que en dosis medidas, no abruma.