jueves, febrero 21, 2008

Death In June: Sonidos (No) Comunes

Escribir sobre Death in June sería como adentrarse en periodos más ensimismados y poco claros que todos, de alguna u otra forma, hemos vivido en diversos niveles o temporadas de nuestra vida. Hablar de Death in June sería remitirse a una vertiente musical nacida en base a esa amigota guitarra acústica, tan decidora como resultó serlo en las melodías suplicantes de Nick Drake- hace unos buenas décadas atrás- y llevarlas al extremo agridulce del ahora constante… Sería vivir unos años en esos recuerdos, sumergirse y resucitarlos con otros bríos.
Pero para ser más certeros e hincándole el diente en lo informativo: Death in June es un proyecto personalísimo amparado bajo la luz y sombra de Douglas Pearce, quién tuvo unos adolescentes años lanzado griteríos contestatarios en la banda Punk: “Crisis”. De aquellas andanzas, junto a Patrick Leagas y Tony Wakeford nació en 1980, Death in June. Aunque con el tiempo aquello derivó en algo netamente personal de Pearce, ya que los otros dos integrantes emigraron para forman diversas agrupaciones.
Desde entonces las aguas creativas que han llevado a esta propuesta van por la experimentación con sonidos industriales, fragmentos que cruzan voces tenues y ritmos marciales y, desde mediados de los noventas, la insistencia trasversal en el Dark Folk. En eso, Pearce ha contado con la colaboración de muchos cercanos músicos entre los cuales destacan su casi enfermiza relación obsesiva, y ya quebrajada, con David Tibet de Current 93, los samplers más precisos que aportó en el momento Albin Julius de Der Blautharsch y los acordeones nostálgicos de Andreas Ritter del grupo alemán Forseti. (Todos ellos, por supuesto, merecen otras líneas más extensas referentes a sus particulares discografías).
Es así, simple… Death in June -en lo extenso de su carrera- se ha convertido en un motor irradiante de símbolos extraños, muchos de ellos cargados manifiestamente a la imaginería de la segunda guerra mundial, mensajes con dobles lecturas y melodías no convencionales que llegar a cuestionar a oyentes que divagan, investigan y añaden un componente musical más reaccionario. Algo de eso está muy palpable en un álbum algo complejo de conseguir, pero que se empina entre los mejores de su limitado género: “Rose Clouds of Holocaust” de 1995.
En este Douglas Pearce sigue palpitando al ritmo de su guitarra, que por largos fragmentos llega a se desesperantemente tenue, sin omitir el halo de dual sensatez entre la frialdad y calidez que caracteriza a sus íntimas producciones musicales.

jueves, febrero 07, 2008

(可愛い ) Ayumi - Cute Japanese Guitar Girl

¡Qué Kawaii!, póngale play...

domingo, febrero 03, 2008

Locuacidad

Se viene la tarde, baja la temperatura, baja mucho de lo que debiera de subir, bajan las vibraciones. Y ese ítem que llega a ser angustiante, en paralelo a aquello hecho, sumado a las obligaciones diarias por efectuar, felizmente ya no puede llevarme consigo.
Soy de vaivenes extraños, de tomar un poemario y arremeter sin más por las partes menos impensadas o de releer una y mil veces porque el cine Pedro de Valdivia cerró sus puertas y tomará otra rentable estampa.
Es que se me pasa un rato largo pensando en la convulsionada erosión de céntricos departamentos, también en las múltiples sin razones aparentes que poseen algunos estereotipos de personalidad al actuar con ese deseo obsecado o en los secretos mejor guardados que cobija cada familia.
Es más: desde que descubrí unas cuantas cosas de la propia dejé de lado ese infantil ejercicio al asociar que la mía era inmaculada, porque de eso nada y poco había, certeramente.
Yo me anoto por quienes caminan sin sentidos en parques los días domingos, escuchan en vez de arremeter con grandilocuentes reflexiones venidas al género o se buscan en descaro, gracias a la mirada de algunos.
Puedo eso sí, confesar que he tenido pocos y milimétricos amigos, muchos de los cuales se han ido en esa desidia propia del ingrato e inmaduro personaje que suelta antes de abrazar. Qué de ellos guardo verdaderos e intangibles colchones de locuacidad sobre unas cuantas cosillas que me enseñaron, al pasar, sin tapujos y haciéndome ver errores mayúsculos que se me hacían un mal hábito.
Ya se entiende: Nunca es tarde para replantear.