lunes, febrero 27, 2006

Hablar Consigo Mismo

Estar constantemente en una vigilia eterna que se niega a finalizar. Prolongar aquello que se podría denominar como existencia, para algunos, por vías extremas. Ver pasar la vida, poco a poco, dejándola escapar...
Fue gracias al concepto desarrollado por Jennett y Plum que, en 1972, nació la nomenclatura científica de "Estado Vegetativo Persistente", (EVP). Este concepto, que es definido como la pérdida total de la conciencia del individuo con su entorno y la incapacidad para interactuar, fue la temática circunstancial que cobijó al aplaudido director Pedro Almodóvar, en su película "Hable con Ella".
Pese a lo lejano que resultan los pasajes cinematográficos tan dispares con las situaciones reales de quienes sufren esta traumática experiencia, el trasfondo planteado por los diálogos de dos hombres ensimismado frente a lo desconocido son delicadamente llamativos y decidores.
Benigno es el enfermero que habla intensamente con su añorada y persistente "durmiente". Es el hombre endeble en lo afectivo quién no repara en contradicciones para establecer cualquier idealizado contacto con su cautivante enferma, alentándose a seguir creyendo en la vaga posibilidad que la "ida Alicia" despierte del coma. En cambio, el más racional escritor Marco no puede ni siquiera ayudar a las enfermeras de la clínica "El Bosque", a cambiar de posición a su inconsciente pareja. Menos quiere asimilar que ella está postrada en cama, después que el toro hiciera sangrienta presencia en una jornada que ya se convirtió, para él, en una pesadilla recurrente.
Una pesadilla proyectada con los colores más espeluznante de la incomunicación que ya hacía mella en la relación de pareja vivida por Marco, con los debidos silencios mutuos del "no entender". Y es en esa encrucijada argumentar que deslumbra tanto a Almodóvar, que la metáfora lapidaria de recobrar aquel sentido del diálogo profundo en cualquier determinante relación, se torna muy crucial.

domingo, febrero 19, 2006

El Poemario Disonante De Stella az

Esta mujer, ya de avanzada edad, no es la típica abuelita que solicita piadosamente ayuda para cruzar la calle o aquella lanzada a la habitación del olvido familiar, de un asilo para ancianos...
Digna testigo femenina de la visceral generación literaria chilena de los '50, Stella Díaz Varín la misma que viste y calza en esta fotografía, debió haber sido la primera poetiza chilena punkie de tormentos varios, maldita por descarte y con prosa virulenta. Porque gracias al arsenal de palabras críticas, mezclada con los contundentes sorbos creativos que se bebían en torno a las alienantes cofradías artísticas de entonces,
esta serenense declamó pasajes poéticos tan lúcidos y agrios, a la vez.
Pero para que la "majadera primera persona circunstancial" no continúe el afán descriptivo en exceso, fue el propio escritor Enrique Lihn, quién se atrevió a concluir:
"La voz, que quizás se hace oír en versos largos y acumulativos, es imperiosa, arbitraria... Así pues Stella era, es, una tenebrosa cantante desconsolada y también frenética, orgullosa de sus imágenes y negligente con relación al sentido de su canto".
Contertulia eterna del desaparecido café Iris, autora espontánea de la primera expresión artística denominada más tarde como "Happening" por Allan Kaprow, comparada alguna vez con el mismísimo Bukowsky. Eso y otras deidades mágicas, personificó la escritora que insistía en sus líneas con testimoniar
algunas ausencias significativas:


Las grandes ausencias amenazan
Cuando los sirlos
Esos bellos pájaros
Emigran
Y la lejanía hiere sus alas
El hombre no lo sabe
Porque duerme
Oculto por causa de la luz
Para no prever la muerte.

martes, febrero 14, 2006

Ella Baila Sola

A lo lejano, haciendo suya esas capas intangibles de sensibilidad irracional, yacía canturriando al antojo mejor logrado. Yacía cauta, imperecedera. Sus labios pronunciaban algo difuso, queriendo ser visible en los colores vivos de esa ola golpeadora. Sonaba de fondo, muy en el fondo inocuo.
En la profundidades de las tranquilidades propicias y una tarde que se listaba a formular el plácido tuto-guagua, la tecla marcaba los lugares precisos.
Sólo podría precisar que sus guiños melodiosos servían para acurrucarse, tomar iniciativa del "sí, necesito más" y darse unos buenos giros. Todo sobre la marcha, danzando mientras aquellas pequeñas gotitas lluviosas caían
sobre mis mejillas.
Valdivia
se lucía con su viento sanador y gracias a lo envolvente de la isla bien guardada, llamada Mancera.
Mientras, congruentes en las voces femeninas que recorrían partes milimétricas de ese cuadro, las ganas de despertar eran silenciosas. Pese a que el presente fornido golpeaba parte de ese entonces, los desagrados dormían
para el eterno después.
Elizabeth Fraser
seguía delineando delicadamente sus compases. Se hacía toda juguetona, moviendose de un lado hacia otro, para allá, para acá. Y el ejercicio indicado de seguir con los ojos cerrados, era de obviedad absoluta.
Dandose vuelta, tomándola de la cintura, sintiendo su aroma del atardecer, susurrándose letras inconducentes, sintiendose inocente, sintiendose un endeble "rey feo de colegio en la básica", bailando el vals improvisto o natural, en sus manos breves de gelatinas. No queriendo despertar jamás, ni tener que recorrer los más de ochocientos kilómetros que me devolvían al aquí consciente.
Porque sus dubitativas imágenes, dulzonas y entonadas con chocolate caliente, me
instalaban en lo otro. En lo otro, verbalizado en el paralelismo que es difícil de detallar e inalcanzable al vistazo general.
Una vez que llegué al destino acostumbrado, me obsesioné urguetiando en disquerias afines.
Por largos meses, derivados en secuenciales años,
estuvieron y estarán allí.
Aunque parezca injustificable
o apelable al antojadizo sentir mañoso, en Valdivia, cerquita de Niebla, debería de existir una escondida calle, bajo el nombre de Cocteau Twins.

domingo, febrero 05, 2006

Enrique Lihn al Pizarrón

¿Quién anda por allí?: Parlante inusitado de la nada unipersonal, de talante inquisitivo y mirada allanadora... Sin rodeos narrativos que estén insanos y demás abúlicos artilugios estilísticos, Enrique Lihn es aquella voz interna, reveladora de los cortocircuitos que nos depara nuestro traicionero inconsciente, con olor a somnolencia...

¿Cómo sintonizarlo?: Al parecer, parte de la esencia antes descrita han motivado para que la Editorial Diego Portales se lance al ruedo y nuevamente publique algunos pasajes de la obra de Lihn. Sí en su momento el turno fue asumido por "La pieza oscura", ahora revive un libro conceptualmente inédito, titulado "Nota Estridente", el cual cuenta con el epílogo de Matías Ayala.

¿Qué se debería de murmullar?: Este poemario, en su origen, fue enviado a un concurso literario a fines de los sesentas, por el propio autor. Lamentablemente no tuvo nunca el merecido reconocimiento pasando desapercibido, pero algunos de sus pasajes fueron publicados en diversos diarios y revistas. Hasta que el afán del rescate bien entendido, lo ha vuelto a enarbolar.

¿Aunque usted no lo crea?: Debido a la profundidad grave de su vocalización, Enrique Lihn fue voz publicitaria y de continuidad en la desaparecida Radio Mineria, ganandose así aquella "platita poca, pero segura". Además, efectuó un inusual comentario literario en otra señal ya fallecida de televisión, perteneciente a la Universidad de Chile.

jueves, febrero 02, 2006


Duales

No podría precisar que estaba pensando en ese minuto, ni lo pedante que parecía ser mi postura. Tampoco porque debí de estar allí. Fue en el majadero ejercicio de arrugar servilletas que ellos aparecieron, alucinando el lugar tan público y concurrido.
En el local que solía ocurrir lo rutinario, reducto del paisaje veraniego y algo insistente, dos risotadas alargadas se encontraban. Dos que se prestaban coincidencias, repitiendo los compases más locuaces de un tiempo pendiente, siendo digno del paréntesis que caía sin goteos plásticos.
Eran devenires de códigos intachables, una ausencia sólo de estar, sin concluir en la sunción e hipnotismos del ser pequeño que solamente quería contar historias. Así, sentado en la silla respectiva, él empezó a enumerar sus frescas vivencias.
Desde el púlpito impensado, como siendo el inconsciente espectador, yo no sabía que hacer. No sé sí las imágenes que vinieron fueron muy repentinas o las ganas de anclarme en la situación eran contundentes. Tan hilarante era la presencia de esos dos espíritus cómplices, que las ganas de diluirme en los dobleces de las famosas servilletas, ya me resultaban espantosas y superficiales.
Era el ambiente contagioso,
los cantos que disfrutaba un niño despierto, las evidentes sensibilidades que ponían la piel de gallina, porque debía de ser así.
¡Todo eso y yo, desprovisto de las palabras que me cobijan!.
Porque para que estamos con cosas, yo me veía incapacitado de capturar esos diálogos secretos, esas miradas que cuajaban suavemente, aquellos tonos del reencuentro propicio y las válvulas que cedían.
Yo, desprovisto del terrible escritor por casualidad, estaba al borde de la cancha. Yo, quién creía vestirme de las metáforas más refinadas, me encontraba torpe. Yo, grandilocuente a la hora de lanzar sentencias agrietadas, me desesperaba al ver el correr del reloj.
Ellos, susurrándose alegría por los poros y haciendose pares, me remecieron por completo. Creo, no estoy seguro, que el padre insistía que el pequeño era "de acción". Que esa simple oración sin racionalidad, significaba la delimitación de sus propios desafíos tempraneros.
¿Era "de acción"?. ¿Era un encuentro que marcaba continuidad, diciéndose mutuamente "cuando nuestros extremos quieran"?. ¿Era que sí o el manoseo a las servilletas traslucías las primeras consecuencias alucinógenas?.
Cuando atiné a reaccionar, la jovencita del delantal me preguntó protocolarmente si seguiría consumiendo algo.